La Orden Franciscana, desde los tiempos de San Francisco de Asís, será una de las primeras en defender la concepción sin mancha de María. Defendían que María, por ser Madre de Dios, fue preservada en todo momento desde su concepción, de la mancha del pecado original.

El Dogma de la Inmaculada Concepción no será proclamado por la Iglesia hasta 1854. Sin embargo, mucho antes, en el Capítulo General de Pisa, en 1263, la Orden Franciscana instituye la celebración de la Inmaculada Concepción en toda la Orden.

En el Capítulo celebrado en Toledo el año 1645, «escogió a la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en cuanto la confesamos y celebramos inmune de la culpa original en su misma Concepción, como Patrona singular de toda la Orden». Aquello no fue una novedad rara en la historia de la familia franciscana, que desde sus primeros tiempos se distinguió como defensora de este privilegio sin par de María.

Durante esta defensa de lo que más tarde sería dogma, allá por donde pasaban los franciscanos colocaban una imagen de la Virgen siguiendo la iconografía del momento de la Inmaculada Concepción. Esta imagen, en la mayoría de los casos, se relacionaría con la advocación de “Nuestra Señora de los Ángeles”.

Aprobación de la Regla de la Tercera Orden Regular de San Francisco.

Durante años, los Institutos y Congregaciones Franciscanas, femeninas y masculinas, estuvieron elaborando el texto de una Regla que, aprobada por la Santa Sede, pudiera ser común a todas ellas.

En la Asamblea General celebrada en 1982, votaron el texto, que fue llevado a la Sagrada Congregación. Ésta lo aprobó con algunas modificaciones y el Cardenal Pironio lo presentó al Papa, pidiéndole que lo aprobara con un solemne documento y con fecha del día de la Inmaculada. Era aún el año de la celebración del VIII centenario del nacimiento de san Francisco.

El Papa Juan Pablo II aprobó la Regla con el breve pontificio Franciscanae vitae propositum, de fecha 8 de diciembre de 1982.