Solemos identificar el tiempo de verano como tiempo de alegría. El buen tiempo, el descanso, las vacaciones… nos permiten vivir una serie de experiencias positivas, que nos hacen la vida más llevadera y relajada.

Ser conscientes de la alegría en nuestra vida nos permite reflexionar sobre la importancia de tener presente este sentimiento en cada momento de la vida y su poder transformador. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española “alegría” es aquel sentimiento grato que se expresa mediante signos exteriores.

Es una de las emociones más positivas, pues tiene muchos beneficios tanto para la salud física como mental. Es la sensación agradable que nos hace estar contentos, con ganas de sonreír, con buen humor y con ganas de pasarlo bien. Podemos sentir alegría cuando vivimos una experiencia que nos gusta mucho, cuando conseguimos el objetivo que nos habíamos propuesto, cuando estamos rodeados de la familia o sentimos que tenemos motivos suficientes para dar gracias por la vida, etc. Los psicólogos la definen como una emoción pasajera, que no suele durar mucho. Por eso no es extraño que la sabiduría popular diga que “dura poco en casa de los pobres”.

Fruto del Espíritu e invitación insistente en el Evangelio

Para los cristianos, la alegría, tal como nos recordó el Papa Francisco en uno de esos sermones matutinos de sus eucaristías en la capilla de Santa Marta, es uno de los frutos del Espíritu Santo y la define como “la respiración del cristiano”. Entendiendo esta expresión como el modo de expresarse del cristiano. No olvidamos que primer gran documento que escribió el papa Francisco al inicio de su pontificado fue la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, “La Alegría del Evangelio”. Rescató la “alegría”, no sólo como palabra, sino como la cualidad desde la que hemos de vivir nuestra fe y nuestra manera de trasmitirla. Así nos invita “a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría” (EG 1)

El título nos muestra que uno de los principios que ha de orientar a la Iglesia y su reforma, es la alegría del Evangelio. En muchas páginas del Evangelio encontramos una invitación insistente a la alegría. “Alégrate” es la primera palabra que escucha María por boca del Ángel.  También es algo que promete Jesús a sus discípulos: “Volveré a visitaros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quietar vuestra alegría” (Jn 16,22). Y cuando los discípulos vieron al Señor resucitado, “se alegraron” (Jn 20,20). De la misma manera en los comienzos de la comunidad cristiana nos recuerda san Lucas, que por donde pasaban los discípulos “había una gran alegría” (Hch 8,8).

Ojalá hagamos nuestra constantemente esa misma experiencia del salmo 126,2 y podamos decir que también “nuestra boca se nos llena de risas y nuestra lengua de cantares”.

Hno. Benjamín Echeverría, OFMcap