Que la alegría de la Resurrección llegue a cada una de vosotras.

“Y muy temprano, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro, apenas salido el sol” (Mc 16, 2).

En medio de la oscuridad, las mujeres se ponen en camino porque todavía no amanece. En nuestros pueblos, en nuestras ciudades son muchas las manifestaciones de oscuridad, que se manifiestan en situaciones concretas: Desplazamiento de población y movimientos migratorios, pobreza que deja sin techo y sin trabajo a tantas familias, tráfico de personas, de drogas y de armas… sombras de la noche y de la muerte que siguen al acecho. Sin embargo, cada amanecer mujeres y hombres se ponen en camino y son testigos de la vida, la luz y la Resurrección.

Las Mujeres de la Resurrección, las más arriesgadas, las que sostienen la esperanza aferradas a la promesa, las que caminan rompiendo la noche y en estado de misión, abren sus corazones al Espíritu para que pueda entrar y fecundarlo todo.

Conectadas hoy también nosotras con las mujeres de la primera hora, deslumbradas por la LUZ, queremos revivir y evidenciar como comunidades sinodales, en este tiempo, en el que emergen tantas situaciones similares, las Palabras Evangélicas generadas por las actitudes de nuestro Hermano de Asís de las que haremos MEMORIA en los Centenarios.

Sus gestos, abrazar al pobre y al leproso de tal manera que “aquello que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo” (2Test 3), abren caminos de encuentro con el Resucitado.

¿No será esa fuente interior de dulzura la que le permitió hacer la Pascua primero con el leproso y luego con muchos más? La limitación y la muerte lo abrieron a la vida nueva: ¡Es Pascua!

El camino está marcado. Celebrar la Pascua significa no apartar la mirada de la realidad humana en sus contradictorios aspectos luminosos y oscuros: el deseo de amar y de generar vida plena junto a las guerras, al sufrimiento de la casa común, los terremotos, a las heridas, al diálogo y a la fraternidad entre personas, grupos, familias, en nuestra misma Iglesia y también en nuestra Fraternidad.

¿Cómo no reconocer la Pascua que irrumpe de estas situaciones de nuestro mundo?

Este es el camino de Pascua para nosotras hoy, para que el Evangelio que vivimos como hermanas, llene este tiempo deseoso de verdadera paz. Todo esto se hace posible si reconocemos que vivimos en una época en la que caminamos como “las mujeres de la Resurrección”, creyentes en el Crucificado-Resucitado y encendidas por el fuego de la Pascua sobre los caminos del mundo.

Nuestra felicitación se convierte, entonces, en una invitación, a la cual, ya nuestras reflexiones precapitulares nos han impulsado, deseando que nos lleve a crecer en el cuidado de todas nuestras relaciones, enraizadas y cimentadas en el modo de vivir de Jesucristo, modelo de generosidad y entrega.

Por eso, la invitación en esta Pascua es, que podamos expresar y hablar en profundidad de lo que significa CuidarME, CuidarTE, CuidarNOS.

¡Cristo vive y está a nuestro lado! ¡Cuánto necesitamos descubrir que Cristo está a nuestro lado… y actualizar su Pasión y Resurrección en cada hermano, en cada hermana que está a nuestro lado!

Queridas hermanas, que Cristo Resucitado nos bendiga a cada una, y el contacto con Él, cambie nuestra vida, la de nuestras Comunidades y nos haga:

  • Más profundas y austeras
  • Más fraternas y alegres
  • Más solidarias y comprometidas

Que este año, PASCUA sea una visible y contagiosa manifestación de ESPERANZA, en cada Comunidad, en cada una de nosotras.

¡Vivamos una Pascua plena de vida!