Nuestra hermana Yolanda Alberca, de la comunidad de Boa Vista, se encuentra en Colombia realizando el diplomado de Protección y Cuidado de Niños, Niñas, Adolescentes y Personas Vulnerables, organizado por la Confederación Latinoamérica y Caribeña de Religiosos –CLAR– y el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño –CELAM. Desde allí nos comparte, algunas reflexiones del tema que trabajan: “Las Víctimas Primero”.

Vivimos en una sociedad donde se ha normalizado la violencia. Si una persona se atreve a denunciar que está siendo violentada, la sociedad la condena, diciendo ella o él es el culpable. Ante esta sociedad que condena, silencia y estigmatiza a la víctima, estamos llamados y llamadas a actuar como Jesús, quien escuchó, se aproximó, acogió, orientó y liberó.

Estas actitudes las encontramos en varios pasajes del Evangelio. En Jn 8,10-11, Jesús le dice a la mujer: «…Yo tampoco te condeno. Vete; desde ahora no peques más” y en Lc 7, 37-38, la mujer “…llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”.

Necesitan de espacios seguros y necesitan ser escuchadas

Las víctimas de abuso de poder, de conciencia, espiritual y sexual, siguen buscando en silencio entornos seguros donde se sientan escuchados. Por ello, es necesario construir espacios seguros para que puedan expresar con tranquilidad y libertad lo que sufrieron y que por diversas razones no hablaron. Dejemos de lado, nuestro judaísmo y moralismo, abramos nuestro corazón a acoger el dolor que clama Evangelio. Aproximémonos al estilo de Jesús y cosamos las heridas con las hebras doradas de la ternura y la compasión.

En nuestra Iglesia hay una herida, esta es la herida de los abusos de poder, de conciencia, abusos espirituales y sexuales. Tenemos que darle nombre, asumir, reparar, pedir perdón y construir una Iglesia nueva, sinodal, con entornos seguros, creíbles y transparentes.

Me pregunto si ¿nos sentimos preparadas para escuchar a las víctimas? ¿Qué nos falta? ¿Hasta cuándo seguiremos diciendo que ellas y ellos son las y los culpables? ¿Cuántas de esas víctimas están en nuestras comunidades, centros educativos, parroquias, obras pastorales?

Sigamos escuchando los gritos de las y los más vulnerables, de las mujeres, los niños, niñas, adolescentes, indígenas, afrodescendientes, comunidad LGTBTQIAP+, personas deficientes, migrantes, personas de la tercera edad, entre otros. Para que juntas y juntos caminemos, buscando la justicia y la misericordia de Dios.

Arriesguémonos a construir puentes que surjan del encuentro y la escucha a las víctimas primarias y secundarias.

La violencia sexual es una lacra que ha existido, desde los inicios de la humanidad, sólo que con una diferencia, quien era víctima, nunca lo denunciaba y lo mantenía bajo secreto de “confesión”.

La violencia sexual, según la Organización Panamericana de la Salud, en 1993, define como todo acto de naturaleza sexual que se realiza contra la voluntad de la víctima, incluye o no violencia física. Así como, los comentarios, insinuaciones sexuales no deseados, las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción, por otra persona, independientemente de la relación de esta con la víctima, en cualquier ámbito.

La violencia sexual genera una serie de consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Las consecuencias son emocionales, relacionales, conductuales. La víctima experimenta culpabilidad, tristeza, rabia, hostilidad, agresividad, ideas y conductas suicidas, aislamiento social, trastornos de conducta alimentaria, curiosidad sexual excesiva, entre otros.

El Papa Francisco nos invita a involucrarnos y cuidar de ellas

Ante estas consecuencias que viven las víctimas, es importante que dentro y fuera de la Iglesia encuentren entornos seguros para poder expresar su dolor. Por lo tanto, el Papa Francisco enfatiza que tenemos que escuchar a las víctimas. Para realizar una escucha activa y cualificada se necesitan algunos requisitos básicos:

1. Acoger a la persona: contar con una estructura mínima para escuchar a la víctima. Para ello, se necesita respeto, apertura, atención al lenguaje verbal y no verbal, paciencia, acoger los silencios.

2. Parafrasear y hacer resúmenes de lo que la víctima expresa, reflejar sus sentimientos, emociones, evitar realizar juicios de valor o morales.

3. Ofrecer una escucha empática, asertiva, involucrarse en lo que estoy escuchando: recibir, apreciar, preguntar y sintetizar.

Otro punto importante, en ese desafío de sostener las heridas de las víctimas de abuso sexual es acompañar. De ahí la importancia de prepararnos, de dejar que Dios transforme nuestro corazón como el suyo, para que cuando las víctimas se arriesguen a develar su dolor, podamos ofrecer el soporte emocional que esté necesitando. Así como, darle toda la información complementaria: médica, jurídica, terapéutica, psicológica y espiritual para que ellas y ellos se sientan acompañadas/os, cuidados/as y protegidas/os.

Finalmente, brindarle la información de los centros o instituciones locales especializadas donde puede ir a solicitar ayuda. Evitar culpabilizar a la víctima, reforzar sus capacidades, su valentía de hablar, denunciar y guardar la confidencialidad de la historia que se nos revela.

Tengo la confianza y la esperanza de que, si trabajamos juntos, podemos construir redes de protección y cuidado para nuestros niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables. Este seguirá siendo nuestro compromiso como Iglesia.

Hna. Yolanda Olivera Alberca