Aunque hace ya más de una década que en la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado no se respira la paz, el conflicto tal cual se conoce a día de hoy no empezó a dar la cara hasta 2017.

Situada al norte de Mozambique, en el límite con Tanzania y el Océano Indico, los 100.000 km² de la provincia de Cabo Delgado albergaban, hasta que comenzaron los desplazamientos provocados por el conflicto, a más de 1,5 millones de personas dedicadas mayoritariamente a la pesca y la agricultura.

Monseñor Alberto Vera, obispo de Nacala, lleva años acogiendo en su diócesis a personas que huyen desesperadas de la violencia derivada de un conflicto cuyo origen nadie tiene claro.

“El conflicto de Cabo Delgado podría considerarse la guerra sin rostro. Unos dicen que tiene un trasfondo religioso, lo cual es falso; otros que es por las riquezas de la zona –y no se sabe quién está detrás, pero los rebeldes no dejan de enriquecerse– y otros dicen que es una guerra étnica”, explica el obispo.

El riojano Alberto Vera, obispo de Nacala – Imagen de Manos Unidas

Para el obispo riojano, la extrema pobreza en la que vive la población de la zona, muy abandonada por el Estado, es, probablemente, uno de los motivos que alimenta un conflicto cada vez más violento y cruel.

Aunque eso no es todo. La guerra tiene tres causas diferenciadas, pero no se sabe cuál de ellas puede ser el origen concreto de tanto mal.

  • Según la declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz de Mozambique, emitida en abril de 2021, el conflicto radica en una revuelta popular contra los abusos de poder y la falta de expectativas de mejora de la vida de la población o “lo que equivale a decir –señala la declaración– una guerra contra el gobierno”.
  • Según los prelados, hay una segunda causa, más económica, que liga la guerra al descubrimiento de gas natural y a la explotación de riquezas naturales –rubíes, oro, maderas preciosas– y, paralelamente, a los negocios ilegales de tráfico de drogas y “diversos tipos de trafico ilícito”.
  • La tercera causa podría situarse, según el comunicado eclesial, “en la eclosión de una revuelta yihadista islámica protagonizada por mozambiqueños radicalizados en Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y otros países de África en los que se viven conflictos similares”.

La mayoría de estas personas son, según Alberto Vera, jóvenes “totalmente imbuidos por un radicalismo religioso extremo, que han abrazado las ideas wahabitas y que son capaces de condenar como herejes hasta a sus propios padres”.

Víctimas de la guerra de Cabo Delgado

Imagen de Manos Unidas

Si el motivo primero de esta guerra no está claro, saber quiénes son sus víctimas no ofrece ninguna duda: los pobladores de la región.

Personas, en su mayoría analfabetas, sin perspectivas de futuro, que viven al día de su trabajo en el campo o en el mar y que, de la noche a la mañana, si se produce un ataque de los rebeldes en su aldea, pueden perderlo todo, incluso la vida.

La declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz de Mozambique lo explica con claridad:

“El conflicto armado está acentuando los niveles de pobreza y eclipsa el sueño del desarrollo. Además, el descontento que crea puede ser un foco para el origen de otro conflicto que diezme una población que ya está siendo reducida por los insurgentes”. 

“En Cabo Delgado son las personas inocentes las que mueren o resultan heridas y abusadas. Estas personas ven violada la paz de sus hogares, destruidas sus casas y profanados los cadáveres de sus familiares. Y se ven obligadas a abandonar la tierra que los vio nacer y donde están enterrados sus antepasados”, aseguran los obispos de Mozambique.

Y estas personas, en su mayoría mujeres y niños, se ven así “empujados hacia un precipicio de miedo e inseguridad”.

Desplazados por el conflicto de Cabo Delgado

Imagen de Manos Unidas

Y de estas personas, casi 70.000 han encontrado refugio en la provincia de Nampula, unos en centros de desplazados y otros en los hogares de sus familiares, lo que lleva a que ahora “en casas en las que antes había 7 personas, ahora pueda haber hasta 30”, explica monseñor Vera.

El obispo riojano hace mención a las múltiples dificultades con los que se encuentran estas personas.

«Los desplazados de Cabo Delgado viven en campos provisionales y necesitan atención urgente en salud y alimentación. Muchos llevan así 5 años… Quieren regresar, pero tienen miedo de los insurgentes”, relata Monseñor Alberto Vera.

Los niños y adolescentes son, hoy por hoy, los más perjudicados porque, como asegura el religioso español, en 2020 perdieron el colegio por la pandemia y en 2021 no hay condiciones de escolarización para todos.

Los proyectos con personas desplazadas ocupan ahora gran parte del hacer de la diócesis.

Los traumas por lo vivido han dejado una profunda huella entre los desplazados y, fundamentalmente, entre los más pequeños. “Por eso, explica monseñor Vera, tenemos un equipo de “Amigos das Crianças” -Amigos de los Niños- que atiende y da apoyo psicosocial a los desplazados”.

En Nacala, 500 niños desplazados por el conflicto de Cabo Delgado reciben atención psicológica en grupos pequeños, “lo que les ayuda a liberarse de los traumas vividos en sus aldeas y durante el camino; traumas que van desde la violencia hasta el asesinato”.

Manos Unidas ha colaborado en el proyecto de alimentación para casi 1.000 familias y en el trabajo de apoyo a niños, niñas y adolescentes.