Una comunidad formativa de novicias franciscanas, otra de oblatas y una comunidad de frailes franciscanos de la Tercera Orden nos dicen, con la vida, que los carismas crecen y se renuevan cuando se comparte con pasión y se ofrece hogar de puertas abiertas. Si el movimiento se demuestra andando, las posibilidades de la intercongregacionalidad viviendo.
Manuel Romero, Franciscano TOR
Irene Aguilar, Oblata de MI
Jose Díaz Concha, Franciscana MMDP
Misión inter en San Diego (Madrid)
La vida siempre sobrepasa las expectativas y planificaciones que podamos hacer. La misión de la vida religiosa en este rincón de Madrid ha sido, desde la época de la posguerra, la de acompañar y aprender de las gentes. Este barrio se construyó con las familias que llegaban de todos los rincones de España y, ahora, siguen llegando de todos los lugares del mundo. Estamos ante una sociedad plural y una vida cristiana muy original y familiar: Puente de Vallecas.
Los franciscanos (TOR) y las misioneras Franciscanas de la Madre del Divino Pastor llegamos –hace muchos años– con la gente a un suburbio embarrado y, desde entonces, hemos vivido dando respuesta provisional a las necesidades y carencias. Es cierto que algunas de esas atenciones se han consolidado en parroquias y en colegios. Años después llegan las Oblatas (OMI) a la parroquia de San Diego.
Y es que estamos en San Diego, uno de los barrios más originarios del Puente, en la parroquia que dio nombre a la avenida que unía Madrid con el camino de Alcalá y anexo a la vía del tren, con el barrio de Entrevías. Una parroquia octogenaria que ha dado vida a las parroquias que hoy conforman el arciprestazgo: la mayoría con presencia de religiosos.
La opción por vivir en este barrio fue de nuestros mayores y aquí nos ha situado en este momento de la historia a tres congregaciones a compartir Misa, Misión y Mesa. Comunidades de formación (Postulantado y Noviciado) y educativas (Raimundo Lulio y San José).
La emoción por vivir cosas juntos y el contagio por las tareas se ha nutrido de la cercanía de las comunidades, la formación conjunta en las escuelas de novicios y ámbitos de vida religiosa de vicaría que han dado lugar a tres comunidades de religiosos propositivos.
Una misión común
La vida ordinaria es muy sencilla. Quien viene y comparte no ve ni estructuras ni proyectos comunitarios complejos, tan solo hermanas y hermanos que celebran y viven en el ámbito de la parroquia. La misión es común; vivir la fe con las gentes del barrio y compartir sus alegrías y sufrimientos.
En este tiempo de pandemia se nos ha requerido —a todos- para ayudar: en Cáritas, en catequesis, en la visita a los mayores en soledad, en la celebración, en la escucha y el consuelo. Y nos hemos dado sin hacer presupuestos de horas o dinero, sino ofreciendo lo que somos y tenemos. Desde la sencillez y la alegría, hemos vivido cerca de la gente, y la gente sencilla, con sus pobrezas, nos ha enseñado a ser comunidad. A veces, buscando recursos materiales, pero no solo, sino también una esperanza, una presencia que sepa escuchar y acoger en la situación precaria y de vulnerabilidad que vivimos.
Uno de los rasgos que Dios nos ha regalado es ofrecer lo mejor de cada uno sin salvaguardar rasgos carismáticos restrictivos, búsqueda de vocaciones o reconocimientos congregacionales. Y esto ha generado un clima de acogida para otras congregaciones que han venido al barrio y se han sentido acompañadas en ese inicio. La experiencia de compartir con otros carismas está siendo un camino de crecimiento misionero, de enriquecimiento mutuo, y sobre todo, de agradecimiento. Porque es evidente la acogida fraterna que hemos experimentado desde que llegamos, dándonos la oportunidad de desplegarnos con actividades misioneras sencillas, pero que nos hacen crecer en nuestra única vocación, dar lo que hemos recibido, la Buena Noticia de Jesús.
«Comunidad de carismas»
Hemos crecido en la comunión en la única Iglesia, desde el compartir nuestros carismas y nuestra vida en la misión, la liturgia y oración. Palpamos ese sentirnos uno más con originalidad y sitio en una comunidad abierta.
Se ha desarrollado un acompañamiento real como familia de fe, que nos ha posibilitado ser una Iglesia en salida, abierta y, por supuesto, de periferia… sin tener que repetirlo. Seguimos aprendiendo del don la pluralidad. Percibimos que es la espiritualidad, frecuentemente compartida, la que nos ha ido haciendo dóciles para suavizar cada «costumbre congregacional» a favor de una nueva comunidad mixta, amplia y fecunda que ya nos define a quienes aquí vivimos la fe.
Creemos que lo nuestro es una apuesta por ser comunidad que se complementa, somos una «comunidad de carismas» que han encontrado su foco: la atención a una sociedad plural, dispersa, intercultural que quiere hacerse sitio en el contexto de una sociedad europea, no siempre acogedora.
Cuidado del «encuentro»
En definitiva, la experiencia de vida compartida intercongregacional, responde bien a esa fuerte llamada del Espíritu en nuestro tiempo que nos pide cuidar el “encuentro”:
- De culturas y visiones; de edades y situaciones… del don de la vida.
- De la celebración litúrgica desde la naturalidad, disponibilidad y posibilidad de cada uno de los hermanos y hermanas.
- De la caridad, entendida como donación de nuestras vidas, a la hora de ponemos al servicio del barrio.
- De la formación de postulantes, novicias junto a los grupos juveniles, atención a los necesitados y laicos evangelizadores.
Se trata de un encuentro generoso de carismas personales y congregacionales que han manifestado el carisma común de la vida religiosa, lejos del proselitismo congregacional que subyace a muchas programaciones inter. Una suma desde la gratuidad que adquiere vida cuando hay corazón, no hay propiedad y se comparte la Misa, la Mesa y la Misión.
¡Merece la pena!
Hola soy Angélica hermana franciscana de Ecuador, me encanta la misión q realizan y sueño algún día tener esa experiencia de misión.
En comunión de oraciones.