Querida familia Franciscana:
Estoy feliz de poder compartir con ustedes una experiencia que cambió mi vida. Mi nombre es Alaila, soy Argentina -Misionera de Provincia y de vocación. Tengo 24 años de edad, hace muchos años estoy en busca de diferentes experiencias que ayuden a encontrarme, a sentirme en mi lugar. Lugar que encontré en la Familia Franciscana.
Trabajo como docente en el colegio San José Eldorado-Misiones. Ahí tomé contacto con la espiritualidad Franciscana y me sentí en casa. Conocí a personas maravillosas, entre ellas a la hermana Silvia, quien a fines del año pasado me propuso ser partícipe de una experiencia -que como mencioné cambió mi vida – ser voluntaria en una comunidad que se iniciaba en Boa Vista capital del Estado de Roraima – Brasil. Cabe destacar que las hermanas se dejaron llevar por el Espíritu y poder encarnarse en ese lugar con tanta necesidad de un pueblo que recibe a nuestros hermanos venezolanos que buscan sobrevivir.
Como podrán imaginar Venezuela está atravesando una situación lamentable, no hay empleo, alimentos, medicamentos, no hay nada que garantice una vida digna a sus habitantes. Y el pueblo se desplaza a otros países y como puede, muchos incluso, caminando. Así llegaron a Brasil (Boa Vista) más de 1.100.000 personas buscando vivir un día más. En esa ciudad se han abierto 13 casa de abrigo y de allí también parten hacia otras ciudades persiguiendo esperanzas.
Sin saber qué tarea nos esperaba fuimos hacia Brasil llenas de expectativas y entusiasmo (la hermana Silvia y Virginia, otra voluntaria con la que compartí toda la experiencia y largas charlas sobre cómo íbamos viviendo). Al llegar nos recibieron dos hermanas, Valeria y Lidia, quienes fueron en gran parte responsables de que la estadía en Brasil haya sido maravillosa y semanas después se suma, y para quedarse, la hermana Sofía quien se caracterizaba por su gran entusiasmo y ganas de aportar su experiencia a la nueva comunidad. Al día siguiente ya sabíamos cuál iba a ser nuestra tarea, y en ese momento inició otra gran parte de la misión. El martes 8 de enero empezamos como voluntarias en el ¨SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES Y REFUGIADOS¨. En ese lugar conocí a las personas que posteriormente conformarían mi gran familia de misión.
El ¨servicio¨ o ¨centro¨, cómo lo llamábamos era un lugar que atendía a más de cien venezolanos por día. Realizaba trámites de refugio, residencia, curriculum, cartera de trabajo, cursos, interiorización, atención con profesionales como abogados y trabajadores sociales y además, y para mí lo más importante, era una atención de un hermano a otro, la escucha activa y la mirada comprensiva. Como decía el mismo servicio ¨AS PESSOAS PRIMEIRO¨ y eso se aplicaba cada día con cada migrante.
Nos recibieron de manera muy atenta e inmediatamente empezamos a colaborar en cuanta tarea se nos asignó, rellenar formularios, dar citas, sacar fotos, fotocopiar, imprimir y demás. Particularmente ese lugar significó mucho para mí en la misión. No sólo me daba la posibilidad de servir, de ser instrumento de paz, de amor, de alegría y esperanza (al menos eso intentaba). También me regaló una familia, conformada por personas de distintos países, con idiomas, cultura y expresiones diferentes, pero todos tenían algo en común, y era el profundo amor a JESÚS que los movilizaba a servir a otros y ese amor se reflejaba en el grupo de trabajo, en el trato con las personas y a la causa misma.
En un mes el Señor me regaló muchísimo amor, desde la posibilidad de poder viajar y vivir tan grandiosa experiencia, de vivir en comunidad con las hermanas (que me ha enseñado tanto, sobre todo a admirar cómo salen de sí mismas para estar para el prójimo). De poder convivir diariamente con un grupo de personas sumamente comprometidas a la causa, y hasta la posibilidad de poder entrar a uno de los refugios que alberga a 580 personas. Quinientas ochentas historias y sobre todo quinientas ochenta esperanzas en un nuevo país. Quinientas ochentas vidas valiosísimas para nuestro Dios y que nos pide que las valoremos y amemos como Él a nosotros.
Fue mi primera misión lejos de casa y tanto tiempo, pero nunca me sentí así, sentí que estaba en casa y que eran demasiadas cosas por hacer. Como mencioné en el párrafo anterior, tuvimos la posibilidad el anteúltimo día de ir un refugio, en el que muy amablemente nos recibieron, nos explicaron sus tareas y funciones. Hasta ese día yo pensaba que la tarea estaba llegando a su fin, que la misión estaba terminando. Sin embargo, sentí que volvía con una enorme sed de servicio y que lejos de terminar, la misión recién empezaba.
Todo lo vivido en ese mes sigue haciendo eco en mi corazón, desde la convivencia con las hermanas, los días completos en el servicio con todas esas personas que fueron mi familia, con quienes compartí mates y teres, con cada migrante que entró al centro y se sentó frente a mí para compartirme su historia de recorrido desde Venezuela hasta Brasil. Personas con las que más de una vez hablamos de otras cosas que no estaban en el formulario. Personas cuyos rostros permanecen en mi memoria, porque de esta experiencia nos llevamos rostros, rostros con miradas que cuentan lo que está pasando en el alma, cuentan sus miedos y desconciertos. Pero cuentan también la enorme esperanza de una vida digna. ¡Mi admiración y respeto a cada Migrante!
Si bien regresé de Brasil, sigo en gran parte allá. En aquella comunidad que me enseñó a no rendirme jamás, a intentar, a salir en busca de nuevas a oportunidades, a creer siempre. El servicio no fue mío, fue de cada una de las personas que pasó por mi vida y marcó mi alma.
Gracias, nada más que dar gracias a todos aquellos que formaron parte de esta experiencia que cambió mi vida y me desafío a cambiar. Y como no puede ser de otra manera, finalizar agradeciendo a nuestro Dios rico en misericordia y amor que me ha permitido formar parte de ésta misión que es de todos, AMAR AL HERMANO Y ESTAR PARA ÉL. Me siento muy bendecida al ser su hija porque eso me hace hermana de tantas personas maravillosas que han sido parte de esta experiencia, que en todo momento fue guiada y protegida por nuestra Madre amorosa, que es María.
Un cariñoso y fraternal saludo. PAZ Y BIEN.
Alaila
¨La vida es buena cuando somos felices, pero es aún más hermosa cuando los demás son felices a causa nuestra¨ Papa Francisco
Mi nombre es Virginia y en esta oportunidad contaré en sencillas palabras mi experiencia de un mes como voluntaria en el Servicio Jesuita para Migrantes y Refugiados y la convivencia en comunidad con las hermanas Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor en la ciudad de Boa Vista perteneciente al Estado de Roraima – Brasil. Antes de comenzar quiero agradecer en primer lugar a Dios, por haberme llamado utilizando a las Hermanas como instrumentos de tan hermosa invitación, a ellas mi más profundo y cálido agradecimiento.
El primer día cuando comenzamos el viaje rumbo a Boa vista, tenía una mezcla de sentimientos y muchas expectativas, como así también un poco de nervios, porque si bien sabíamos que iríamos a servir a nuestros hermanos de Venezuela, ignorábamos en qué consistiría el voluntariado con precisión. Ya llegando a Boa Vista, a la casa de las hermanas, fuimos recibidas por Valeria y Lidia, sentí mucho cariño y alegría por parte de ellas.
Al iniciar nuestro trabajo en el SJMR, también me sentí muy bien recibida por parte del grupo. Nuestro trabajo consistía en dar citas a los migrantes para que luego vinieran a preparar su documentación para poder tramitar su residencia, refugio y curriculum. Aprendimos muy rápido, gracias a la buena voluntad del equipo, que nos acogió y enseñó con mucho cariño. Todos los días llegaban muchos migrantes venezolanos, se percibía en sus rostros cansancio, tristeza, en algunos hasta desesperación. Entre tantas personas y al escuchar algunas de sus historias, algo se repetía constantemente “Me fui de Venezuela porque si me quedaba mis hijos se morían de hambre”, comencé a conocer un poco más sobre la realidad que estaban viviendo, me invadía un sentimiento de tristeza e impotencia, ya que no me imaginaba tal magnitud; entonces empecé a comprender que el voluntariado, si bien no consistía en una tarea difícil, para estas personas era de gran significación porque de alguna manera era el inicio de esa nueva vida digna que anhelaban, impulsados por no poder tenerla en su país. A pesar de esos rostros cansados, tristes y desesperados también podía notar esperanza, ilusión que sin duda fueron movilizando mis sentimientos, porque si bien había tenido otras experiencias de misión, ésta sin lugar a dudas logró un cambio en mí y vuelvo con ganas de transmitir a los demás la alegría de poder servir a los más necesitados y vulnerables a los que necesitan de nuestro sí por el simple hecho de reconocerlos como hermanos, impulsados por la caridad, palabras tomadas de un sacerdote que también me hicieron comprender muchas cosas, esta experiencia me permitió tener un crecimiento personal y espiritual.
La convivencia con las hermanas también me ayudó muchísimo, sentí que estaba en familia, cada charla, rezo, paseos me hicieron aprender y crecer en todos los sentidos. Empezar cada día y terminarlos con la oración me permitieron fortalecerme, tener en primer lugar a Dios en cada paso que daba, me regalaba paciencia y cariño para poder transmitir a cada persona que me tocaba atender. Con ellas y especialmente con la hermana Sofía, conocí también otras realidades, el trabajo que hacen y mucho de lo que todavía se puede hacer. Me contagiaron esas ganas de estar siempre dispuesta al servicio hacia los demás con amor y ternura.
Esta experiencia, aunque corta, fue profunda, volví a mi lugar siendo otra persona, siendo mejor persona, y con las ganas de seguir trabajando y ayudando en donde el Señor me llame, con ese Sí más firme y decidido. Me llevo de todo esto el regalo de haber encontrado dos familias, que me enseñaron y demostraron que cuando el amor está en primer lugar todo se puede y donde la unidad en el trabajo logra cambiar la realidad de muchos. Me siento feliz y plena, con muchas ganas de volver para reencontrarme con la alegría de seguir sirviendo a los demás en ese lugar. Solo me queda agradecer una vez más y pidiendo a Dios que me siga regalando estas experiencias y que más jóvenes puedan tener la oportunidad de vivir esta entrega.
“En todo amar y servir” ¡Paz y bien Amor y sacrificio!
Virginia Almirón