Abril es tiempo de celebración, tiempo de Pascua. Las fiestas mas importantes de nuestra fe cristiana cambian cada año de fecha.
Para ver cuando la celebramos tenemos que mirar a la luna.
Es muy sencillo. El domingo de Pascua o domingo de Resurrección se celebra siempre el domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena después del equinoccio de marzo, es decir, el comienzo de la primavera. Son fechas situadas no antes del 22 de marzo y el 25 de abril como muy tarde. Por eso unos años “cae” pronto la Pascua y otros tarde.
En este mes, este año, los cristianos celebramos la resurrección de Cristo, la fiesta más importante del calendario litúrgico. En los tres primeros siglos del cristianismo fue la única fiesta que se celebraba. El origen de la fecha se debe a que la muerte de Cristo tuvo lugar en torno a la fiesta de la Pascua Judía. Mientras que los judíos celebran y conmemoran su salida de Egipto y el fin de la Esclavitud, los cristianos celebramos la resurrección de Jesús. Un año más recordamos y revivimos los últimos acontecimientos de la vida de Jesús. La Palabra de Dios, los Evangelios, la naturaleza, las tradiciones de nuestra tierra, etc, acompañan nuestra experiencia creyente.
Celebrar la Pascua, como afirma el Papa Francisco, “es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”.
Resuena en este tiempo de manera especial un anuncio claro: el Señor ha resucitado. Este es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. La Resurrección de Jesús reaviva nuestra esperanza y creatividad para hacer frente a la vida, pues vivimos con la convicción de que no vamos solos.
La tradición cristiana y la experiencia creyente nos recuerda que los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que conmueve el corazón. Las sorpresas de Dios a las personas creyentes nos sacuden, nos ponen en camino inmediatamente, sin esperar. Y así la primera reacción de la gente que experimenta esa sorpresa de Dios es la de movilizarse, incluso la de correr. Corren para ver. Así aparece en numerosas páginas del Nuevo Testamento. También hoy cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: deprisa. Un año más el Resucitado nos espera en Galilea, nos invita a volver al lugar donde empezó todo, para escuchar dentro de cada uno: No tengas miedo, sígueme.
Benjamín Echeverría, OFMCap
Publicado en hermanoscapuchinos.org