Me alegra mucho poder recibirlas hoy con motivo de su Asamblea General, y desearles un tiempo pascual lleno de paz, alegría y pasión por llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra. Sí, la Pascua es todo esto y nos invita a ser testigos del Resucitado viviendo una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría. Nadie nos puede robar la pasión por la evangelización.
No hay Pascua sin misión:

«Id y anunciad el Evangelio a todos los hombres» (cf. Mt 16,15-20).

A su Iglesia el Señor le pide que muestre el triunfo de Cristo sobre la muerte, le pide que mostremos su Vida. Vayan hermanas y anuncien a Cristo Resucitado como la fuente de la alegría que nada ni nadie nos puede arrebatar. Renueven constantemente su encuentro con Jesucristo Resucitado y serán sus testigos, llevando a todos los hombres y mujeres amados por el Señor, particularmente a cuantos se sienten víctimas de la cultura de la exclusión, la dulce y confortadora alegría del Evangelio
La vida consagrada, como ya afirmó en su día san Juan Pablo II, como cualquier otra realidad de la Iglesia, está atravesando un tiempo «delicado y duro» (S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 13). Frente a la disminución numérica que vive la vida consagrada, particularmente la femenina, la tentación es la del desánimo, la resignación o el “arrocamiento” en lo de “siempre se ha hecho así”.

En este contexto les repito con fuerza lo que les he dicho en otras ocasiones: no tengan miedo de ser pocas, sino de ser insignificantes, de dejar de ser luz que ilumine a cuantos están inmersos en la “noche oscura” de la historia. No tengan miedo tampoco de «confesar con humildad y a la vez con gran confianza en el amor de Dios su fragilidad» (Carta a todos los consagrados, 21 noviembre 2014, I, 1). Tengan miedo, es más: tengan pánico de dejar de ser sal que dé sabor a la vida de los hombres y mujeres de nuestra sociedad. Trabajen sin descanso para ser centinelas que anuncien la llegada del alba (cf. Is 21,11-12); para ser fermento allí donde se encuentren y con quien se encuentren, aunque eso, aparentemente no les aporte beneficios tangibles e inmediatos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 210).

Hay mucha gente que las necesita y las espera. Necesita de su sonrisa amiga que les devuelva confianza; de sus manos que les sostengan en su caminar; de su palabra que siembre esperanza en sus corazones; de su amor al estilo del de Jesús (cf. Jn 13,1-15) que cure las heridas más profundas causadas por la soledad, el rechazo y la exclusión. No cedan nunca a la tentación de la autorreferencialidad, de convertirse en “ejércitos cerrados”. Tampoco se refugien «en una obra para eludir la capacidad operativa del carisma» (La fuerza de la vocación, 56). Desarrollen, más bien, la fantasía de la caridad y vivan la fidelidad creativa a sus carismas. Con ellas serán capaces de «reproducir la santidad y la creatividad de sus fundadores» (S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 37), abriendo nuevas sendas para llevar el aliento y la luz del Evangelio a las distintas culturas en las que viven y trabajan en los más diversos ámbitos de la sociedad, como hicieron ellos en su tiempo. Con ellas serán capaces de revisitar sus carismas, de ir a las raíces viviendo el presente convenientemente, sin tener miedo a caminar, «sin permitir que el agua deje de correr […] La vida consagrada es como el agua: estancada se pudre» (La fuerza de la vocación, 44-45). Y de este modo, sin perder la memoria, necesaria siempre para vivir el presente con pasión, evitarán tanto el “restauracionismo” como la ideología, del signo que sea, que tanto daño hacen a la vida consagrada y a la misma Iglesia.

Y todo con su presencia y su servicio humilde y discreto, animado siempre por la oración gratuita y la oración de adoración y de alabanza. Orar, alabar y adorar no es perder el tiempo. Cuanto más unidos estemos al Señor, más cerca estaremos de la humanidad, particularmente de la humanidad que sufre.

“Nuestro futuro estará lleno de esperanza”, como afirma el lema de esta Plenaria, y nuestros proyectos serán proyectos de futuro, en la medida en que nos detengamos diariamente delante del Señor en la gratuidad de la oración, si no queremos que el vino se convierta en vinagre y la sal se vuelva insípida. Sólo será posible conocer los proyectos que el Señor ha hecho para nosotros si mantenemos nuestros ojos y nuestro corazón vueltos hacia el Señor, contemplando su rostro y escuchando su Palabra (cf. Sal 33). Sólo así serán capaces de despertar el mundo con su profecía, nota distintiva y prioridad de su ser religiosas y consagradas (cf. Carta a todos los consagrados, 21 noviembre 2014, II, 2). Cuanto más urgente es descentrarse para ir a las periferias existenciales, más urgente es centrarse en Él y concentrarse en los valores esenciales de nuestros carismas.

Entre los valores esenciales de la vida religiosa está la vida fraterna en comunidad. Compruebo con tanta alegría los grandes logros que se han alcanzado en esa dimensión: comunicación más intensa, corrección fraterna, búsqueda de la sinodalidad en la conducción de la comunidad, acogida fraterna en el respeto por la diversidad…, pero al mismo tiempo me preocupa el que haya hermanos y hermanas que llevan su vida al margen de la fraternidad; hermanas y hermanos que llevan años ausentes ilegítimamente de la comunidad, por lo que acabo de promulgar un Motu Proprio, Communis vita, con normas bien precisas para evitar esos casos.

En cuanto a la vida fraterna en comunidad, también me preocupa que haya Institutos en los que la multiculturalidad y la internacionalización no son vistas como una riqueza, sino como una amenaza, y se viven como conflicto, en lugar de vivirlos como nuevas posibilidades que muestran el verdadero rostro de la Iglesia y de la vida religiosa y consagrada. Pido a las responsables de los Institutos que se abran a lo nuevo propio del Espíritu, que sopla donde quiere y como quiere (cf. Jn 3,8) y que preparen a las generaciones de otras culturas para asumir responsabilidades. Vivan hermanas la internacionalización de sus Institutos como buena noticia. Vivan el cambio de rostro de sus comunidades con alegría, y no como un mal necesario para la conservación. La internacionalidad y la interculturalidad no tienen vuelta atrás.

Me preocupan los conflictos generacionales, cuando los jóvenes no son capaces de llevar adelante los sueños de los ancianos para hacerlos fructificar, y los ancianos no saben acoger la profecía de los jóvenes (cf. Jl 3,1). Como me gusta repetir: los jóvenes corren mucho, pero los mayores conocen el camino. En una comunidad son necesarias tanto la sabiduría de los ancianos como la inspiración y la fuerza de los jóvenes.

Queridas hermanas: En ustedes agradezco a todas las hermanas de sus Institutos el gran trabajo que realizan en las distintas periferias en que viven. La periferia de la educación, en la que educar es ganar siempre, ganar para Dios; la periferia de la sanidad, en la que son servidoras y mensajeras de la vida, y de una vida digna; y la periferia del trabajo pastoral en sus más variadas manifestaciones, en el que, testimoniando con sus vidas el Evangelio, están manifestando el rostro materno de la Iglesia. Gracias por lo que son y por lo que hacen en la Iglesia. Nunca dejen de ser mujeres.
«No hace falta dejar de ser mujer para igualarse» (La fuerza de la vocación, 111).

Al mismo tiempo les pido: Cultiven la pasión por Cristo y la pasión por la humanidad. Sin pasión por Cristo y por la humanidad no hay futuro para la vida religiosa y consagrada. La pasión las lanzará a la profecía, a ser fuego que encienda otros fuegos. Sigan dando pasos en la misión compartida entre diversos carismas y con los laicos, convocándolos a obras significativas, sin dejar a ninguno sin la debida formación y el sentido de pertenencia a la familia carismática. Trabajen en las mutuas relaciones con los pastores, incluyéndolos en su discernimiento e integrándolos en la selección de presencias y ministerios. El camino de la vida consagrada, tanto masculina como femenina, es el camino de la inserción eclesial. Fuera de la Iglesia y en paralelo con la Iglesia local, las cosas no funcionan. Presten gran atención a la formación tanto permanente como inicial y a la formación de formadores capaces de escuchar y de acompañar, de discernir, saliendo al encuentro de los que llaman a nuestras puertas. Y, aun en medio de las pruebas por las que podemos estar pasando, vivan con alegría su consagración. Esa es la mejor propaganda vocacional.

Que la Virgen las acompañe y proteja con su materna intercesión. Por mi parte las bendigo de corazón y bendigo a todas las hermanas que el Señor les ha confiado. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.

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