Este año hemos elegido para la celebración del “espíritu de Asís” el lema DIFERENTES PERO HERMANOS, expresión tomada del discurso del papa Francisco a los Emiratos Árabes, que nos puede ayudar a profundizar uno de los ejes centrales de la vida y la espiritualidad de san Francisco – y antes del Evangelio-: La FRATERNIDAD HUMANA, que todos nosotros, sus seguidores, hemos de tratar de vivir en medio de la complejidad de nuestro mundo y de las muchas diferencias que existen entre los seres humanos.

¿Quién es mi hermano?

La respuesta a esta pregunta quizás la tengamos asumida intelectualmente aunque frecuentemente ponemos barreras con muchas personas debido a nuestros propios prejuicios. La parábola del Samaritano (Luc 10:25), y el pasaje del evangelio de San Mateo (Mat 25:40): «Y el Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis», apuntan directamente a nuestra misión evangélica de amar a las personas, sin exclusión, y ejercer la caridad (caritas, amor) no como mera filantropía, sino como verdadero amor a Dios que vive en el prójimo, a la manera de San Francisco, superando nuestras ideas preconcebidas que tienden a frenar nuestro ímpetu cristiano para abrazar ese “leproso” de hoy – el que es diferente a nosotros: personas de otras ideologías, religiones o de otra línea eclesial, gays, inmigrantes, sin techo…
Que todos somos hermanos nos los insistió Jesús de Nazaret con su enseñanza y con su vida. Y nos lo repite continuamente el Magisterio de la Iglesia (cf. Gaudium st spes, 93 (1965); Sollicitudo rei socialis (1987) Caritas in Veritate (2009), Laudato si’ (2015) ), que afirma la dignidad de cada hombre y mujer que han sido creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 27), y la fraternidad y la unión entre todos los seres humanos porque en Jesucristo todos hemos sido hechos hijos de Dios. Tenemos el mismo origen y somos llamados al mismo destino.

Quizás el concepto de ser imágenes de Dios nos desconcierta, o quizás se nos hace difícil comprender que el Espíritu de Dios se ha derramado, e incluso derrochado, en cada persona – sea extranjero, homosexual, cristiano, musulmán, criminal, o ateo-. Todos los hombres y mujeres gozamos y compartimos una dignidad universal que nos hace, sin distinción alguna, capaces de “entrar en comunión con Dios y con las otras personas” (Compendio del Catecismo n. 66). Por lo tanto, la dignidad de cada persona no depende ni de su raza, ni de su orientación sexual, ni de su credo, cultura o nación, ni de su condición física o intelectual.

El ejemplo de San Francisco frente al leproso, a los ladrones, al sultán… nos insta a relacionarnos con cada persona sin distinción alguna, desde una predisposición de respeto, reconociendo su dignidad intrínseca como “hija de Dios”, buscando siempre potenciar el encuentro, el dialogo y la reconciliación, creando las condiciones y caminos de cambio tanto en nuestro interior como en la sociedad para derrumbar aquello que nos separe de forma ideológica, religiosa, física o intelectual de los que consideramos “diferentes”.

Convencidos de nuestra común identidad como hijos de Dios y por tanto hermanos, con una vocación a ser custodios de nuestros hermanos y de todos los seres, nuestra mirada hacia, por ejemplo, el emigrante económico, el refugiado, el gay o el transgénero, el musulmán, el que defiende una ley que regula el aborto o la eutanasia, el que apoya una filosofía política distinta a la nuestra, debe caracterizarse por el amor cristiano y la expresión activa de la justicia y la paz evangélica: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?” (Mt 5, 43-48).

¿Dónde está mi hermano?

La imagen de Dios no se nos reveló en un ángel sino en un rostro humano – el de Jesús, Dios hecho HOMBRE, nacido en el tiempo humano-. Por su encarnación todos los hombres compartimos una relación de hermanos, de fraternidad. La identidad del prójimo está clara: todos somos hermanos, sin excepción. La pregunta tal vez más incómoda para nosotros sería la misma pregunta que hizo Caín al Señor (Gen 4:8-9): Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. Yahvé dijo a Caín: ¿dónde está tu hermano? Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? Tal vez podríamos responder a la misma pregunta: Sí, yo sé dónde está Abel, pero no sé dónde está mi hermano! Como nos ha dicho el Papa Francisco, “se puede decir esto: yo sé, sí, donde está este o esta, pero no sé dónde está mi hermano o mi hermana porque para mí este o esta no son hermanos ni hermanas”.

La pregunta, ¿dónde está mi hermano?, como expone Inmanuel Kant (Imperativo Categórico, 1785), nos exige un reconocimiento del prójimo o del hermano como un TÚ en el cual me debo reconocer. Yo estoy reflejado en mi hermano y él en mí porque compartimos dolores, sufrimientos, esperanzas y gozo – y más aún, hemos sido creados a imagen de Dios. Al aceptar al hermano que llega a nuestras costas en patera, al musulmán, al homosexual, a la mujer traficada, al inmigrante económico, al ateo, al que manifiesta ser diferente a mi tradición, credo, cultura o condición social, manifiesto la compasión cristiana ilustrada perfectamente en el abrazo de San Francisco al leproso, “lo que antes me parecía amargo se transformó en dulzura”. Cristo nos da la respuesta definitiva a la pregunta de Caín con la parábola del Buen Samaritano y con su muerte y resurrección para la salvación del mundo. Seamos cristianos sin fronteras como fue el Buen Samaritano.

REFLEXION

1. ¿Qué significa para mí ser creado a imagen y semejanza de Dios? ¿Cómo traduzco mi tradición y fe católica en obras hacia los que considero “diferentes”?

2. ¿Tengo prejuicios hacia los que tienen otros credos o no tienen ninguno, o son diferentes por la razón que sea?

3. ¿Actuamos con respeto y acogida con aquellas personas que viven con criterios no acordes con la Iglesia?

4. ¿Escuchamos con respeto a los hermanos que nos provocan con ideas políticas, religiosas o filosóficas contrarias a las nuestras?

5. ¿Quién es para mí el inmigrante económico recién llegado a España? ¿Contribuyo a su acogida en mi fraternidad, mi parroquia, mi barrio, mi pueblo…?

6. ¿Cuál es mi actitud hacia mi hermano/a homosexual? ¿Le acojo al igual que a mis hermanos heterosexuales?

7. ¿Me preocupo de profundizar en el conocimiento del Islam, del ateísmo, de otras religiones?

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CELEBRACIÓN del Espíritu de Asís 2019