Casi un siglo dando esperanza

Llegaron hace 93 años sin hacer ruido. Enfermos y pobres tuvieron en ellas un asidero en el que sostener su esperanza. La enseñanza a los más pequeños y, más recientemente,  la acogida a los peregrinos del Camino de Santiago, fueron otros de los ámbitos a los que extendieron su obra. Pastoras de Laredo. Siempre derrochando amor, sacrificio y humildad. 

El pasado domingo anunciaron de forma oficial su inminente marcha. Y quienes a lo largo de casi un siglo han tenido algo que ver con su magnífica labor, sintieron una punzada de tristeza. El enorme edificio parroquial del Buen Pastor es ahora un socavón emocional. Está a punto de despedir a unas inquilinas que supieron llenarlo de ilusión, de entrega a los demás, de vida. Con su adiós la villa perderá a unas vecinas que nunca ocuparon titulares, a pesar de desplegar una acción impagable a favor de los más desfavorecidos.

Las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor -tal es su nombre oficial- recalaron en Laredo en 1927. Su primer destino fue la capilla del Espíritu Santo, haciéndose cargo del cuidado y la atención a los enfermos del hospital situado en sus inmediaciones. Al mismo tiempo, atendieron la escuela ubicada en las mismas dependencias, a la que asistieron laredanas que hoy superan los ochenta años de edad.

Pronto hicieron popular su hábito de color gris, con toca negra y cinturón franciscano, entre las gentes más necesitadas de la villa. La suya fue una labor abnegada, luchando contra la escasez y la miseria, para garantizar la dignidad de quienes apenas tenían más que su propio desconsuelo. En una época donde las Residencias de Mayores que hoy conocemos sonaban a utopía, ellas procuraron una morada humilde pero digna a quienes caían prácticamente desahuciados. Una tarea en la que las hermanas que fueron engrosando las filas de la congregación parecían competir en capacidad de darse a los demás sin cortapisas.

Traslado al Buen Pastor

A mediados de los años 60, el entonces párroco de Laredo, don Rafael Picó Erausquin, las reubicó en las dependencias del Buen Pastor, dado el notable deterioro del hospital del Espíritu Santo. Con la clínica del Doctor Palanca ya en funcionamiento, su cometido de atención a los enfermos se redefinió para dar asistencia a los hogares más humildes. Sin descuidar la labor formativa con los niños, que se prolongó hasta la inauguración del Colegio José Antonio, actual Villa del Mar. Anteriormente, sólo las Escuelas Nacionales de Miguel Primo de Rivera (actual Pepe Alba) ofertaban plazas para escolarizar a las niñas y niños pejinos.

Corrían ya los años 90 y las dependencias se trocaron en guardería. Así perduraron hasta su última gran transformación: con un Camino de Santiago en pleno apogeo, la acogida a los peregrinos se convirtió en una forma de sostener a la Comunidad y su obra. Gracias a sus desvelos, lograron que su atención y afecto alcanzase a quienes subsistían como buenamente podían, en unos años donde las ayudas sociales eran poco menos que una quimera.
No es de extrañar que en un campo tan abonado para las gestas heroicas, surgieran auténticos ejemplos de santidad entre muchas de las pastorinas. Fue el caso de Sor Socorro, todo un ejemplo de humanidad, que se desvivió hasta el último aliento por sus semejantes, a quienes faltaba hasta lo más elemental. Cómo olvidar a Sor Antonia Arribas, hermana de la Trinitaria Sor Conchita. Durante un tiempo las dos fueron las Superioras de sus respectivas congregaciones. Años inolvidables en los que se confabularon para desafiar a los peores estragos en forma de enfermedad, de pobreza, de hambre.

Enfermera de formación, Sor Antonia brilló con luz propia en el cuidado y la atención a los enfermos. Y mantuvo viva la llama de una dedicación que tras ella siguió alumbrando en manos del resto de las hermanas. Limpiar casas devoradas por la miseria; socorrer a los moribundos; amortajar a los recién fallecidos; y auxiliar las emergencias más imperiosas, fueron el día a día de esta selección de luchadoras reclutadas por su fe en el Evangelio.

Adiós a Laredo

La falta de vocaciones. Y el progresivo envejecimiento de las pocas hermanas que conformaban la comunidad, hacía inevitable un desenlace que muchos hubieran querido aplazar sine die. Sor Inmaculada, su actual superiora, confirmó días atrás la triste noticia. Fieles a la máxima evangélica de procurar que la mano izquierda ignore lo que hace la mano derecha, declinaron durante estas diez últimas décadas cualquier tentación de protagonismo. Sirvan estas líneas para, ya con las maletas hechas, hacer un pequeño ajuste de cuentas improvisado en un agradecimiento que pocas veces fue tan merecido. Ellas dicen partir llevando a Laredo en su corazón. Aquí dejan una estela de corazones rotos por la tristeza ante su partida. Pero también llenos de agradecimiento por una misión a lo largo del último siglo a favor de las gentes de Laredo culminada con excelencia.

Gracias eternas, Pastoras. Hasta siempre. 

Publicado en laredulin.com